Momento Espírita
Curitiba, 20 de Abril de 2024
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ícone La sal de la vida

Se cuenta que, hace muchos años, vivió un sabio que era seguido por innumerables discípulos.

Cierta vez, encontrándose en medio de numerosas dificultades, uno de esos discípulos lo buscó, con el fin de que le aconsejara.

Maestro, estoy sufriendo mucho, dijo el joven. Ya no veo solución a los problemas que me atormentan. Necesito tu ayuda.

Bueno, respondió el maestro, amable como siempre. Camina conmigo a la cocina.

Ambos fueron conversando y el discípulo puso al sabio en conocimiento de  sus dificultades.

En seguida el maestro le pidió: Joven, tráeme el recipiente en el que guardamos la sal.

El joven obedeció prontamente y entregó al sabio lo que le fuera solicitado.

Teniendo en sus manos un vaso lleno de agua, el maestro dijo al discípulo: Ahora toma un generoso puñado de sal y mézclalo con ese vaso de agua. Después, quiero que tomes un buen trago.

El aprendiz, aunque contrariado, obedeció las instrucciones.

¿Cuál es el gusto? Preguntó el sabio.

¡Malo, muy malo! Respondió el discípulo, frunciendo el rostro.

Bueno, sigue caminando conmigo. Vamos al lago.

Y una vez más, ambos fueron caminando lado a lado, hasta llegar al lago.

El maestro había traído el recipiente con sal y, cerca de la orilla, dijo al discípulo:

Quiero que tomes un generoso puñado de sal y lo tires al lago.

El joven obedeció, y así que lo hizo, recibió una nueva orden:

Ahora baja y toma un sorbo de agua del lago.

El joven,  inclinándose tomó no solo uno, sino muchos sorbos porque aquella era un agua muy refrescante.

¿Y ahora? ¿Cuál es el gusto? ¿Sentiste el sabor de la sal? Preguntó el maestro.

¡No, de ninguna manera! ¡Por el contrario, el agua fue capaz de saciar mi sed! Contrapuso el discípulo.

Las dificultades que enfrentamos en la vida son como un puñado de sal diluida.

Si tienes dificultades en tus manos y las diluyes en tu egoísmo, es lo mismo que diluir la sal en el vaso de agua, ya que así ellas se hacen difíciles de ser superadas.

Por otro lado, prosiguió, si las diluyes en tu capacidad de aprender, es como diluir la sal en el lago y así los problemas dejan de existir.

Quedarán, concluyó el maestro, solo las lecciones que cada dificultad lleva consigo y que son las responsables de hacernos avanzar por la senda del progreso.

*    *    *

Muchos son los que extraen de los problemas y de las dificultades solo el sufrimiento.

Si vislumbramos el panorama de nuestras amarguras con los ojos del pesimismo, egoísmo u orgullo, siempre tendremos motivos para quejarnos de nuestra suerte.

Por otro lado, si contemplamos tal escenario con conciencia de que ningún dolor es eterno y de que cada dificultad es una oportunidad redentora, como la caída que a veces daña, pero nos enseña a caminar mejor, jamás nos  quejaremos de nuevo.

Antes agradeceremos al Señor de la Vida por una lección más...

Pensemos en eso... ¡Y pensemos ahora!

 

Redacción del Momento Espírita,
basado en  cuento de autor desconocido.
En 4.1.2016.

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