Se
cuenta que un sabio caminaba con los discípulos por un sendero escabroso,
cuando encontraron un hombre piadoso que, arrodillado, le rogaba a Dios que lo
ayudara a sacar su coche del lodazal.
Todos
miraron al devoto, se sensibilizaron y siguieron su camino.
Unos
kilómetros más adelante, había otro hombre, que estaba, igual que el
anterior, con su coche detenido en un atascadero. Éste, no obstante, vociferaba
reclamando, pero intentaba con mucho empeño rescatar
el vehículo.
Conmovido,
el sabio propuso a sus discípulos que lo ayudaran.
Reunieron
todas sus fuerzas y consiguieron retirar el transporte del atascadero. Tras
agradecer el viajante se marchó feliz.
Los
aprendices sorprendidos, indagaron al
maestro: “Señor, el primer hombre oraba, era piadoso y no lo ayudamos.”
“Éste,
que era rebelde e incluso rogaba plagas, recibió nuestro apoyo. ¿Por qué?”
Sin
perturbarse, el noble profesor contestó:
“Aquél
que oraba, esperaba que Dios viniera a efectuar la tarea que a él competía.”
“El
otro, aunque desesperado por ignorancia, se empeñaba, y merecía ayuda.”
***
Muchos
de nosotros solemos actuar como el primer viajante. Ante las dificultades que
nos parecen insolubles, nos acomodamos, esperando que Dios haga la parte que nos
cabe para solucionar el problema.
Nosotros
podemos y debemos emplear nuestros esfuerzos
para mejorar la situación en la que nos encontramos.
Hay
personas que quieren ver los obstáculos retirados del camino por manos
invisibles, y se olvidan que esos obstáculos,
en su mayoría, han sido allí colocados por nosotros mismos, cabiéndonos ahora,
la responsabilidad de retirarlos.
Algunos
se dejan caer en un aletargamiento alegando que la situación está difícil y
que de nada vale luchar.
Otros
no tienen perseverancia, y abandonan la lucha tras ligeros esfuerzos.
Con
propiedad afirma la sabiduría popular que “piedra que rueda no forma
limo”, sugiriendo alteración de ruta, movimiento, dinamismo, realización.
No
basta pedir ayuda a Dios, es necesario buscar, según enseña Jesús: “buscad
y encontraréis”, “llamad y se os abrirá”.
Debemos,
por lo tanto, hacer nuestra parte que Dios nos ayudará en lo que no esté en
nuestro alcance para solucionar.
¡Piense
en ello!
Sería
ideal que, sin reclamar y pensando correctamente, hiciéramos esfuerzos para
retirar del atolladero el coche de nuestra existencia, para que siguiéramos
adelante, felices, con coraje y disposición. Confiantes de que Dios sostendrá
nuestras fuerzas para que podamos triunfar.
¡Pensemos
en eso!