Momento Espírita
Curitiba, 19 de Abril de 2024
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ícone Conquistadores en los nuevos tiempos

Cuando nos adentramos en la Historia de los grandes descubrimientos marítimos, es natural que nos extasiemos. Los vikingos, con sus embarcaciones largas y esbeltas, con hileras de remos en los laterales, una sola vela, cuyo casco se deslizaba sobre las olas bravías en lugar de perforarlas, en un truco de ingeniería náutica para eludir las tormentas del norte.

Los fenicios con sus embarcaciones de dos o tres hileras de remos, birremes o trirremes y hasta treinta y cinco metros de largo, copiados por los griegos y los romanos, quienes las utilizaron para dominar la navegación en el Mediterráneo.

Los barcos chinos llevaban hasta doscientas toneladas de carga, lo que les permitía una autonomía de siete mil kilómetros, lo suficiente para cruzar el Atlántico sin escalas.

Las carabelas portuguesas, con sus velas triangulares, permitían navegar en la dirección opuesta a los vientos con mucha más rapidez y seguridad.

Son admirables los fenicios, un pueblo con una población diminuta y de humilde ocupación territorial, alrededor de doscientos cincuenta kilómetros de la actual costa libanesa, con ciudades importantes como Tiro, Sidón y Biblos.

Sus colonias mediterráneas eran simples emporios que mal entraban en el continente. Habiendo sido tan pocos, es sorprendente lo mucho que hicieron.

Entre sus méritos náuticos están las rutas hasta la Bretaña y el Mar Báltico, cuando ningún otro pueblo ni siquiera soñaba ir tan lejos.

Y la circunnavegación de África, más de dos mil años antes de Vasco da Gama... Todo eso ellos lo hicieron sin el uso de mapas, con sólo la habilidad de construir y navegar en sus barcos.

Hombres de coraje, de visión. Hombres que soñaban sin límites, que deseaban descubrir lo desconocido, lo inexplorado.

En la actualidad vivimos la exploración espacial, ese conjunto de esfuerzos del hombre en estudiar el espacio y sus astros, utilizando satélites artificiales, naves y sondas espaciales.

En algunas misiones, seres humanos se ponen en marcha en el espacio y ya hay una estación espacial internacional, que comenzó a construirse en 1998.

*  *  *

Descubrimientos, arrojo, entusiasmo son las marcas registradas de los navegantes de ayer, de los astronautas de hoy.

Sin embargo, hay un lugar al que todos deberíamos migrar, en verdadero papel de  exploradores: la intimidad de nosotros mismos.

Ese viaje nos llevaría al autodescubrimiento: ¿Quiénes somos? ¿Qué clase de seres somos: sencillos, desataviados, amorosos?

¿O personas complejas, creadoras de problemas, generadoras de inquietudes por donde quiera que nos situemos?

¿Somos flores que engalanan el jardín de la vida o espinos que afean el paisaje y agreden a quien se acerca?

Sí, se necesita coraje para navegar por las aguas turbulentas que conducen al mar de la intimidad de nosotros mismos.

Es preciso ser valiente para enfrentarse a los monstruos que se asilan, adormecidos, deseando despertar, hambrientos y abusadores: celos, envidia, odio, ambición.

Las aguas territoriales que conducen al continente interior son, normalmente, atormentadoras.

Y como nuevos argonautas, no en busca del vellocino de oro, sino de la realidad interior, el gran desafío es el descubrimiento de sí mismo, es el reconocimiento de las propias virtudes y vicios, con el fin de alcanzar los laureles de la victoria sobre sí mismo.

Empecemos el gran viaje hoy mismo al país del alma.

Redacción  del Momento Espírita.
En 2.2.2015.

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