Momento Espírita
Curitiba, 29 de Março de 2024
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En el mundo en que vivimos, la mayoría de nosotros valora demasiado las cosas materiales. Nuestras aspiraciones giran en torno a la ascensión profesional, los lucros obtenidos, las aplicaciones en fondos de inversión y mercados de valores.

Nos agotamos en horas interminables de trabajo, en demostración de compromiso y dedicación, en el ansia de logros ventajosos en nuestros salarios.

Idealizamos la casa, los viajes, los paseos, el automóvil, quien sabe, una pequeña embarcación.

Nuestros días, semanas y meses se suceden centrados en obtener más para disfrutar más.

Naturalmente, como los logros involucran un gran costo, todo es celosamente cuidado.

Velamos por la conservación de la residencia, de la casa en la playa, del automóvil, de  las joyas.

Sin embargo, en general, existen valores a los cuales no damos mayor importancia... hasta el día en que los perdemos.

Así, cuando la muerte, como ley natural, nos sorprende llevando a uno de nuestros afectos, sentimos que nos falta el piso bajo nuestros pies.

Cuando llegamos a casa y no encontramos el desorden, los juguetes dispersos; cuando ya no tenemos más el collar diario de dos bracitos en nuestro cuello, ¡cuánta tristeza!

Nos sentamos en el sofá, carísimo, que tanto apreciábamos, con desánimo. El entorno perdió su significación. La más valiosa joya se ha ido. Aquella que dejó sólo una inmensa añoranza en el cofre de nuestra intimidad.

La casa tan rica de tapices y cristales yace fría y quieta.

¿Qué no daríamos para tener el marido de nuevo entrando en el hogar, golpeando la puerta, dejando caer las llaves ruidosamente sobre la mesa y con voz sonora anunciar: ¡Llegué!

Entre tantos amores, un regazo de madre es aún más precioso. Valor sin igual y, a menudo, olvidado, porque nos sentimos dueños del mundo, vencedores, seguros de nosotros mismos.

Sin embargo, cuando la madre entra en la vida espiritual, se instala en el corazón de los hijos la carencia y la añoranza.

Posiblemente, nadie tradujo mejor esos sentimientos que la niña huérfana que dibujó, en el suelo, en tamaño natural, una figura de madre.

Luego, se acostó exactamente a la altura de lo que sería el regazo de aquella madre, se acurrucó y adormeció.

Nada más significativo que la imagen que fue retenida por la lente ágil de un fotógrafo.

¡Regazo de madre! ¿Cuánto valdrá en el mercado financiero?

Regazo de madre que acuna, protege, transmite seguridad, bienestar.

Regazo de madre calentito, amoroso. Regazo de madre sin igual.

Regazo de madre que no tiene precio.

*   *   *

Pensemos en esa preciosidad que es un regazo de madre y honremos todos los días, con nuestro cariño, la que dijo sí a la vida y nos permitió venir al mundo.

Amemos esa gema sin precio. Aprovechemos el regazo de madre, siempre agradecidos, antes que la muerte la arrebate de nuestros ojos.

  Porque, entonces, sólo por los hilos del pensamiento podremos tener la ventura del reencuentro, mientras permanecemos aquí, en exilio bendito, en la Tierra que el Señor Dios nos permitió habitar, creciendo hacia el progreso.

Redacción del Momento Espírita.
En 15.12.2014.

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