Momento Espírita
Curitiba, 29 de Março de 2024
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ícone La voz del corazón

Encontramos en el seno de la cultura greco-romana, el origen de la relación existente entre el corazón y los sentimientos.

En aquella época no se conocían las diversas funciones del cerebro y, además, el corazón es el órgano que registra de forma más sensible el cambio de nuestras emociones.

¿Quién no sintió alguna vez el corazón no caberle en el pecho al abrazar un gran amor, al llevarse un susto, al sentir miedo, al sentir rabia?

El origen de la palabra corazón es algo incierto. En la antigua Grecia, existía la palabra kardia, ampliamente utilizada hasta hoy día en la lengua portuguesa, como es el caso, por ejemplo, del vocablo cardíaco.

En Roma, teníamos la palabra cor o cordis, de las cuales derivan una infinidad de palabras que dan la idea de la conexión entre el corazón y los sentimientos.

Tal es el caso de la palabra concordar formada por las palabras latinas con y cordis, es decir, con el corazón. O sea, cuando dos personas concuerdan es porque sus corazones están juntos, unidos.

Recordar, a su vez, significa traer de nuevo al corazón, de la misma manera que saber de corazón significa saber de memoria.

Como último ejemplo, tenemos el vocablo coraje que significa poner el corazón por delante,  o sea, vivir conforme a lo que dice el corazón.

Aunque los avances de la  neurociencia y el descubrimiento de cómo se procesan nuestras emociones, la verdad es que el corazón sigue siendo, en sentido figurado, la sede de los sentimientos.

Expresiones como el amor que existe en mi corazón, por ejemplo, son muy comunes en nuestra sociedad.

Jesús mismo utilizó esa figura del lenguaje. El evangelista Mateo, en el capítulo once de su Evangelio, registra las palabras de Cristo: Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.

*    *    *

¿Ya te has detenido hoy para escuchar la voz de tu corazón?

En nuestras vidas, son tantos los compromisos, las responsabilidades, que pasamos semanas sin darnos un minuto de atención a nosotros mismos.

De repente, a lo largo del día, sentimos ese deseo casi irresistible de telefonear para nuestros padres, para nuestro marido, mujer y simplemente decir: Hola, ¿cómo estás? ¡Te amo!

Nuestro corazón anhela tal gesto, pero son tantos los deberes a cumplir, las metas a alcanzar, que simplemente lo dejamos para después. Y ese después nunca llega.

Entonces nos acordamos de aquel viejo amigo tan querido, que hace tiempo no vemos. El corazón se llena de nostalgia y nos pide que le hagamos una llamada, concertemos una cita, le invitemos a cenar.

Sin embargo, en esta semana la agenda está llena de compromisos y en la otra también. Por eso, lo dejamos para dos semanas más. Pero las obligaciones son muchas. Las dos semanas pasan y con ellas el recuerdo de la llamada.

*    *   *

La voz del corazón es dulce, melodiosa, tierna, humilde. Es una gentil invitación.

Nunca se impone y nunca se contradice.

Sin embargo, para escucharla, son necesarios la concientización del alma, la entrega de los sentidos y el desapego de las horas.

Concientízate. Siente. Entrégate. Desapégate.

Oye a tu corazón.

Redacción  del Momento Espírita.
En 25.8.2014.

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