Momento Espírita
Curitiba, 28 de Março de 2024
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ícone Una forma de escaparse del infierno

Mohandas Karamchand Gandhi fue un hombre fabuloso e inolvidable.

Su conocimiento acerca de las leyes de Dios es digno de nuestro más profundo respeto y admiración.

Uno de los pasajes más bellos de su vida es contado de forma competente por el cineasta británico Richard Attenborough.

La película muestra la sangrienta guerra civil que siguió a la separación de la India en India hindú y Pakistán musulmán.

Las muertes sólo trajeron represalias y más víctimas, hasta que Gandhi, líder espiritual respetado por hindúes y musulmanes, empezó un ayuno y juró que no iba a comer hasta que terminase la matanza, aunque eso significase su muerte por inanición.

Ese fue sólo uno de los muchos ayunos de Gandhi defendiendo la no violencia.

Un hindú enloquecido visitó al Mahatma y al llegar a los pies de la cama donde estaba, le arrojó un pedazo de pan, mientras gritaba:

¡Yo ya me voy al infierno y no quiero la culpa de su muerte en mi alma también! ¡Coma, por favor!

Gandhi, sereno como siempre, replicó:

¿Por qué te vas al infierno?

El hindú temblaba al responder:

Yo tenía un hijo pequeño, más o menos de este tamaño, que fue asesinado por los musulmanes. Así que tomé el primer niño musulmán que conseguí encontrar y lo maté, aplastándole la cabeza contra una pared.

Gandhi cerró sus ojos y lloró por dentro.

Después se recompuso, porque sabía la importancia de su papel delante de aquel pueblo y, con la esperanza en su voz, dijo:

Conozco una forma de escaparse del infierno.

Ahora muchos niños se han quedado sin los padres a causa de la matanza. Encuentre un niño musulmán, más o menos de este tamaño - repitiendo el gesto hecho antes por el visitante  - y críelo como si fuera suyo. Adóptelo.

El hombre desorientado se asombró  con la propuesta y trató de asimilarla de la mejor manera. Una brisa de esperanza llegó a su rostro.

Sin embargo, Gandhi no había terminado su discurso:

Ten cuidado con un detalle: no te olvides que deberás criarlo como un musulmán.

El hindú no estaba preparado para aquella propuesta. Era muy diferente de todo lo que sentía, de todo lo que pensaba. Era una propuesta revolucionaria.

Era la revolución de la ley del amor enseñada por Gandhi, de manera magistral.

El hombre cayó a los pies del maestro. La locura abandonó sus ojos, que lloraban copiosamente.

Gandhi puso sus manos en la cabeza del hindú, bendiciéndolo desde el fondo de su corazón, deseando que él pudiera aceptar su nuevo camino, el camino para escaparse del infierno.

Cuando el hindú salió tenía un poco de paz en el corazón y una propuesta de la ley del amor en sus manos: la propuesta del perdón y del autoperdón.

*   *   *

No hay nada como el amor, en todo su resplandor, para librarnos de ese estado de alma del infierno.

Sí, ahora ya somos capaces de entender que el infierno no es un lugar delimitado en el espacio,  sino un estado de alma temporal.

Para algunos, desorientados y reincidentes en los mismos errores, ese estado de espíritu parece una eternidad, pero dicha eternidad dura sólo el tiempo del aprendizaje, el tiempo del despertar para el amor.

El amor cubre una multitud de pecados, como tan bien afirmó el Apóstol Pedro.

La ley de causa y efecto se enlaza con la ley del amor y ambas, siempre interconectadas, nos llevan a la tan deseada felicidad.

 

Redacción del Momento Espírita.
Em 21.8.2014.

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