Momento Espírita
Curitiba, 19 de Abril de 2024
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ícone Mensaje para el mañana

Quien observa esos seres frágiles que abren sus ojitos curiosos para el escenario del  mundo, pronto se da cuenta de cómo ellos dependen de los adultos.

Bebés, pequeñitos, con el aroma de la inocencia aureolando sus acciones, andan por la Tierra en busca de cariño. Parecen aves sin plumas, tal es su delicadeza y fragilidad.

A veces los vemos poniendo sus pequeñas manos en las piernas de los adultos, tocando suavemente con sus deditos pequeños, alzando sus bracitos al decir sin palabras: ¡Quiero brazos!

Los niños expresan así su deseo de ser llevados. Deseo que a veces es rechazado con expresiones groseras como: No te llevo en brazos, no. ¡Vas a andar! Has querido venir conmigo, ahora anda. De lo contrario, podrías haberte quedado en casa.

Esto cae sobre la cabecita del niño como una bomba. No se dan cuenta, los que así actúan,  que el pequeño tiene menos resistencia.

Dirán que el niño salta, corre y juega todo el  día, que, si tiene energía para los juegos, también deberá tenerla para andar.

Todavía, en los juegos el niño tiene la recompensa del placer. Él juega hasta cansarse y al sentirse agotado, se detiene.

Hasta incluso el bebé de pocos meses a veces parece desconectarse. Es el período de tranquilidad, de reposo que él busca.

En la caminata contínua, cuando no le es permitido parar para observar el perro que ladra, el juguete colorido en la vitrina, el movimiento de las personas que circulan  rápido, hace que él se canse con mayor rapidez.

 Sin decir que, normalmente, los adultos olvidan que los pequeños están junto a ellos y andan con paso acelerado, obligándolos casi a correr para acompañarlos.

Otra situación que se repite con frecuencia es la de las niñas, en su período de imitación, cuando desean ser la peluquera de su madre.

Premunidas de un cepillo y de un peine, ellas intentan crear el peinado que su mente considera maravilloso. Lo que logran, en verdad, es despeinar.

Pero ellas insisten, ponen la punta de la lengüita para fuera de la boca, demostrando el esfuerzo,  y alisan los cabellos con sus manos. Satisfechas, exclaman: Listo.

Cuántas veces todo ese cuidado es rechazado con las disculpas de: Vas a arruinar mi peinado. O: No tengo tiempo para perder.

Actitudes de esa naturaleza, repetidas, a final transmiten al niño la impresión que el sufrimiento del otro, como su cansancio, no importa. El lema es: Cada uno por su lado.

No nos sorprendamos si, en el futuro,  nos enfrentamos con adolescentes fríos y adultos indiferentes.

Personas que pensarán solamente en su bienestar, en su comodidad, no importándoles la familia, amigos o colegas.

En las relaciones humanas, como todo en la vida, la cuestión es de aprendizaje y de siembra.

*   *   *

Hasta los 7 años de edad el niño es más susceptible a los mensajes que recibe de los adultos.

La educación integral incluye no sólo el comportamiento social, las buenas costumbres, la conducta correcta, sino también la cuestión afectiva, emocional y espiritual.

Así, no despreciemos las caricias del  niño. Llegará el día, cuando pasen los años, que  ansiaremos por quien se acerque a nosotros y nos acaricie los pocos cabellos blancos.

Alguien que disponga de su tiempo para poner su cabeza junto a la nuestra y diga: ¿Cómo está mi viejita hoy?

¿Estás cansada? ¿Quieres un cariño?

 

Redacción del Momento Espírita.
En 19.11.2013.

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