Momento Espírita
Curitiba, 19 de Abril de 2024
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ícone Dios te bendiga

Aquel muchacho seguía todos los días por el mismo camino.

En sus viajes diarios del suburbio, donde vivía, hasta el centro de la ciudad, donde trabajaba, el tren siempre pasaba por un viaducto desde donde se podía ver el interior de algunos apartamentos en un edificio ubicado en un nivel inferior.

En ese trecho el tren reducía la velocidad y por eso el muchacho podía ver a través de la ventana de uno de los apartamentos, una señora anciana echada sobre la cama.

Esa escena se repetía diariamente, ya hacía más de un mes.

Seguramente la señora convalecía de alguna enfermedad, era lo que él pensaba. El joven sintió pena de la anciana y deseó verla restablecida.

Un domingo, paseando casualmente por aquellos alrededores, cedió a un impulso sentimental y fue hasta el edificio donde dicha señora vivía. Le preguntó al portero el nombre de la anciana y después le envió una tarjeta con votos de restablecimiento, firmando apenas: "un muchacho que pasa diariamente en el ferrocarril".

Transcurrida una semana más o menos, volviendo para su casa en el tren, el joven miró, como siempre, hacia la ventana.

En la habitación no había nadie y la cama estaba cuidadosamente arreglada.

En el antepecho de la ventana se veía un pequeño cartel escrito a mano, iluminado por una lámpara de velador. Mostraba apenas una frase sencilla de gratitud, que decía: "Dios lo bendiga".

***

A un joven con tanta sensibilidad fraternal, seguramente lo bendice Dios.

Ese Dios que quiere que sus criaturas se amen y se respeten mutuamente.

Ese Dios que espera que nos ayudemos unos a otros, sin prejuicios y sin arrogancia.

Aquel joven del tren no tenía otra intención sino ayudar anónimamente a una persona desconocida, atendiendo a un llamado de su generoso corazón.

Un gesto semejante pudimos observar recientemente en los periódicos de nuestra ciudad.

Un joven afirmaba que nunca podía sentarse en sus viajes de ómnibus, sencillamente porque no se sentía bien sentado mientras personas ancianas, madres con niños pequeños o embarazadas tenían que quedarse en pie.

Muchas veces llegó a solicitar a otros jóvenes que cedieran sus lugares a personas con deficiencias físicas.

Y aunque oyendo de colegas sin escrúpulos que está siendo un tonto, él no abdica de sus actitudes, que juzga correctas. Jóvenes como esos vienen al mundo para hacerlo más agradable, más justo y más humano. Y es por esas y por otras razones que vale la pena creer que el mundo está cambiando.

Que nuestro planeta será cada vez mejor y más receptivo a espíritus moralmente más desarrollados.

¡Piense en ello!

Hay gente que se entrega a la depresión y otras enfermedades porque creen que nadie se importa con ellos.

Así, un simple gesto de solidaridad puede constituirse en uno de los más poderosos remedios contra ese tipo de mal.

Y es un remedio que no cuesta nada, no tiene contraindicaciones y está al alcance de todos.

¡Pensemos en eso!

 

(Basado en la Revista Selecciones del Rider’s Digest de 09/48 – Flagrantes de la vida real)

 

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