Momento Espírita
Curitiba, 26 de Abril de 2024
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ícone Escalando hacia el cielo
 

Era un viaje de vacaciones, pero el padre deseó transformarlo en un viaje de cultura.

Por eso, los países visitados y los lugares fueron debidamente seleccionados.

Llevaba a la esposa y a los hijos a los museos, salas de arte, bibliotecas, universidades a fin de que vieran, en vivo, la historia del hombre en pinturas, libros, arquitectura.

Viejos castillos, unos conservados, otros solo en ruinas, fueron visitados. Y el padre se esmeraba en mostrar detalles, que señalaban el esfuerzo del hombre para defender su casa, sus tierras, de otros hombres.

Allí, el castillo feudal se había erguido en un punto estratégico, permitiendo que desde las torres de vigía se pudiera ver mucho lejos al eventual enemigo que deseara llegar por vía fluvial.

En otra instancia, la imponente construcción de piedras se había erguido exactamente en un lugar próximo a una inmensa pedrera, facilitando la adquisición de materia prima.

Entre las ruinas de lo que había sido un castillo inmenso, erguido justo en lo alto, dominando el paisaje, el destaque para la pequeña puerta de madera, casi oculta entre un follaje: la puerta de la traición.

Ella se la dejaba abierta para que los enemigos entraran y tomaran lo que era considerado un lugar inaccesible.

Y así transcurría el viaje, lleno de colores, de vivacidad, historia y anotaciones.

Pero después de haber visitado antiguas iglesias de extraordinaria arquitectura y riqueza sin igual, uno de los niños se volvió hacia el padre e hizo la pregunta:

Papá, ¿por qué las iglesias tienen torres tan altas?

El padre se detuvo un momento. Él había leído mucho para ser el guía cultural aquellas vacaciones. Se esmeró en aprender sobre arquitectura, pintura, historia.

Pero no se acordaba de haber leído algo al respeto. Recordó rápidamente la visita a la iglesia de Saint-Michel, en el monte del mismo nombre, en Normandía.

Allí, la estatua del arcángel San Miguel culmina en la torre de 32 metros.

Rápidamente aún se acordó de otras iglesias visitadas, algunas erguidas en lugares altos, privilegiados y con sus torres escalando hacia el cielo.

Y estaba listo para abrir la boca y hablar de arquitectura, de la influencia de los estilos, cuando el hijo menor, dijo:

Pues, es sencillo: las iglesias tienen torres puntiagudas para llevar más rápido las oraciones de las personas a Dios. Es como una torre de transmisión de radio.

*   *   *

Respuesta sencilla de alguien que recordó que los templos visitados, mucho antes de la riqueza arquitectónica, de los arabescos, de los estilos de esa o aquella época, son lugares de oración.

Templos que el hombre irguió, a través de los tiempos, en todas las épocas, con el intuito de tener un lugar para hablar con Dios.

Un abrigo, un refugio para dialogar con la Divinidad.

Y si Jesús enseñó que el templo debía ser el del corazón y el altar el de la conciencia de cada uno para el diálogo con el Padre de todos nosotros, es justo notar que el hombre siempre buscó ese contacto con el Creador.

Así, utilicemos nuestra mente y corazón para erguir torres que atraviesen los cielos por los poemas de la oración.

Esas torres, seguramente, serán inigualables en altitud porque los versos viajarán por las antenas del pensamiento hasta el Padre amoroso y bondadoso de toda la Humanidad.

 

Redacción del Momento Espírita.
En 31.01.2011.

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