Momento Espírita
Curitiba, 26 de Abril de 2024
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      El deseo de ocupar posiciones de destaque y relevancia es muy común.
 
      La vida de los poderosos del mundo suele ser idealizada por las multitudes.
 

      Ellos aparecen ricamente vestidos, en fiestas o en situaciones de alegría y disfrute.

     El que lleva una vida modesta y oscura, no raramente, anhela cambiar de lugar con esas importantes figuras.

      Muchos se inquietan y se desgastan con sueños de grandeza.

      Cuando comparan sus vidas a las de otros, se quedan amargados y tristes.

      Llegan a creer que sufrieron una injusticia de la Divinidad, considerando la escasez de sus posesiones.

      Pero la opulencia y la modicidad de recursos reflejan solo distintas formas de aprendizaje.

      La vida modesta tiene un gran valor, si se lleva a cabo con dignidad y sin murmuraciones.

      Ella hace viable la corrección de vicios espirituales graves, como la vanidad y el apego a los bienes materiales.

      No se trata de hacer una apología de la miseria como estado ideal.

      La miseria es una llaga social que debe extirparse, mediante educación y oferta de oportunidades a los que la sufren.

      Pero entre la miseria y la opulencia hay una miríada de situaciones intermedias.

      No todos pueden ser ricos y poderosos a la vez.

      Por eso, las posiciones sociales y económicas se alternan a lo largo de las encarnaciones.

      Con respecto a los talentos y a las inclinaciones de cada uno, todos son llamados para vivir las más variadas situaciones.

      Lo relevante es ser digno, operoso y solidario, cualquiera que sea la propia realidad.

      La vida de los poderosos, a menudo, no es nada envidiable.

      Bajo la apariencia de brillo y abundancia, yacen pesadas responsabilidades.

      Ellas son más pesadas porque guardan el poder de influenciar la vida de incontables personas.

      El detentor de autoridad, de cualquier especie, siempre tendrá que rendir cuentas del uso que hizo de ella.

      Dios nunca la brinda para satisfacer el fútil placer de mandar.

      No es un derecho ni propiedad, sino una importante y peligrosa misión.

     El poderoso tiene almas a su encargo y responderá por la buena o mala directriz que dé a sus subordinados.

      Tras el término de la tarea, él será confrontado con la propia conciencia.

      Analizará los recursos de los que disponía y el uso que hizo de ellos.

      Entonces, comprobará si evitó todos los males que podía.

      Pensará si hizo todo el bien que le era posible.

      Vislumbrará el resultado de su influencia junto a inúmeros que dependían de él o seguían su modelo.

      Se nota que la autoridad no se debe buscar precipitadamente.

      Si la vida lo proyectó en posiciones de relieve, sea digno y haga lo mejor de usted, para no arrepentirse amargamente.

      Pero si su vida es modesta, no se amargue.

      Todo viene a su tiempo y es mejor ser digno en lo poco que indigno y desgraciado en lo mucho.

      Piense en eso.

 

Redacción del Momento Espírita,
basada en el ítem 9 del cap. XVII de El evangelio según el Espiritismo, de Allan Kardec, ed. Feb.
En 03.01.2011.

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