Momento Espírita
Curitiba, 19 de Abril de 2024
busca   
no título  |  no texto   
ícone Invisibles, pero no ausentes
 

Cuando Víctor Hugo murió, en el siglo XIX, llevó nada menos que dos millones de acompañantes en su cortejo fúnebre, en pleno París.

Luchador de las causas sociales, defensor de los oprimidos, divulgador de la enseñanza y de la educación, el genial literato dejó sin editar textos que, por su voluntad, solamente fueron publicados después de su muerte.

Uno de ellos habla exactamente del hombre y de la Inmortalidad y se tradujo más o menos en las siguientes palabras:

La muerte no es el final de todo. Ella no es sino el final de una cosa y el comienzo de otra. En la muerte el hombre acaba, y el alma comienza.

Que lo digan esos que atraviesan la hora fúnebre, la última alegría, la primera del luto. Que digan si no es verdad que también allí hay alguien, y que no acabó todo.

Yo soy un alma. Bien siento que lo que daré a la tumba no es mi yo, mi ser. O que constituye  mi yo, irá más allá.

El hombre es un prisionero. El prisionero escala penosamente los muros de su mazmorra, coloca el pie en todos los salientes y sube hasta el respiradero.

Ahí, mira, distingue a lo lejos la campiña, aspira el aire libre, ve la luz.

Así es el hombre. El prisionero no duda que encontrará la claridad del día, la libertad. ¿Cómo puede dudar el hombre si va ha encontrar la eternidad a su salida?

¿Por que no poseerá él un cuerpo sutil, etéreo, del que nuestro cuerpo humano no puede ser sino un esbozo grosero?

El alma tiene sed de lo absoluto y lo absoluto no es de este mundo. Es muy pesado para esta Tierra.

El mundo luminoso es el mundo invisible. El mundo luminoso es el que no vemos. Nuestros ojos carnales sólo ven la noche.

La muerte es un cambio de vestimenta. El alma, que estaba vestida de sombra, va a ser vestida de luz.

En la muerte el hombre sigue siendo inmortal. La vida es el poder que tiene el cuerpo de mantener el alma sobre la Tierra, por el peso que tiene en ella.

La muerte es una continuación. Más allá de las sombras, se extiende el brillo de la eternidad.

Las almas pasan de una esfera a otra, se vuelven cada vez más luz, se aproximan cada vez más y más a Dios.

El punto de reunión es en el infinito.

Aquel que duerme y despierta, despierta y ve que es hombre.

Aquel que está vivo y muere, despierta y ve que es Espíritu.

*   *   *

Muchos consideran que la muerte de una persona amada es una verdadera desgracia, cuando, en realidad, morir no es morir, ni consumirse, sino liberarse.

Así, delante de los que partieron en dirección a la muerte, asume el compromiso de prepararte para el reencuentro con ellos en la vida espiritual.

Prosigue tu jornada en la Tierra sin aplazar las realizaciones superiores que te corresponden, pues ellas serán valiosas, cuando tú realices el grande viaje, rumbo a la madrugada clarificadora de la eternidad.

 

Redacción del Momento Espírita, a partir del cap. Palabras del autor y del cap. Francia llora a su mayor poeta, del libro Víctor Hugo y sus fantasmas, de Eduardo Carvalho Monteiro, ed. Eme.
El 18.10.2010.

© Copyright - Momento Espírita - 2024 - Todos os direitos reservados - No ar desde 28/03/1998