Momento Espírita
Curitiba, 20 de Abril de 2024
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        Antes de renacer en la carne, cada Espíritu elabora un programa a cumplir.

        Orientado por amorosos y sabios Guías, él se decide por determinadas experiencias.

        Ese plano es habitualmente precedido de una exploración de la memoria del candidato a la reencarnación.

        Salvo el caso de almas muy valerosas, el recuerdo es algo restricto, a fin de no desequilibrar el Espíritu.

        Es que una parte muy considerable de los Espíritus cometieron innumerables errores antes de optar por el bien.

        La misericordia Divina acostumbra lanzar un velo sobre el pasado, para permitir el erguimiento del ser.

        Pero llega una hora en que él ya atesoró bastante comprensión en la vida y se habituó a perdonar.

        Cuando el alma se ocupa de amar y olvida de condenar, es ahí que puede recordar más ampliamente lo que vivió.

        La compasión que aplica naturalmente al semejante le habilita a conocer su antecedente histórico y a perdonarse también.

        Mientras el amor no domina el ser, este sigue tanteando en su evolución.

        Pero siempre cuenta con el apoyo de amigos más evolucionados, que lo auxilian a proyectar las futuras existencias.

        El libre albedrío es generalmente respetado y nadie se obliga a vivir lo que no desea.

        El Espíritu, por su cuenta y riesgo, puede prorrogar por un tiempo el propio reajuste con las leyes cósmicas.

        Sin embargo, no hay paz y bienestar sin la conciencia tranquila.

        Más temprano o más tarde, él resuelve dignificarse ante los propios ojos.

        El espectáculo de felicidad de los buenos Espíritus, es un estímulo tentador para quien sigue en la retaguardia.

        Entre permanecer desequilibrado y trabajar por la propia felicidad, el trabajo parece altamente deseable.

        Cierta excepción a la libertad de elección de las pruebas y expiaciones ocurre en el caso de Espíritus muy endurecidos.

        Si la libertad integra la Ley Divina, lo mismo ocurre con el progreso.

        Todos los Espíritus deben evolucionar hacia Dios.

        Cuando conscientes, participan activamente de las decisiones sobre lo que necesitan vivir.

        Es hasta común que pidan pruebas demasiado difíciles, en el afán de progresar rápidamente.

        Entonces, los amigos espirituales buscan convencerlos a que sean más modestos en su pretensión.

        Es mejor avanzar más lentamente que fallar en un proyecto grandioso.

        Sin embargo, cuando el Espíritu es reincidente en el mal o un contumaz perezoso, puede ser conducido a una existencia que no desea.

        Seres que enloquecieron en experiencias crueles o perdieron el discernimiento en rebeldías contra las Leyes Divinas son momentáneamente tutelados para su recuperación.

        El ser es tan más libre cuanto más consciente de sus deberes.

        A ningún padre se le ocurriría dejar al niño decidir si va o no a la escuela.

        Como ningún padre sensato obligaría a su hijo a cursar una carrera universitaria que detesta.

        En todo, se debe fortalecer el equilibrio y el respeto a quien tiene madurez para autodeterminarse.

        Así, en base a la libertad, responsabilidad y conocimiento del pasado, son programadas las existencias terrenales.

        No se trata de un itinerario minucioso o de un destino inexorable.

        Algunos eventos destacables son programados, pero la conducta a ser adoptada es de entera responsabilidad del reencarnante.

        Este es libre para comportarse dignamente o para rebelarse y huir al deber que se presenta en su vida.

        Lo relevante es que nadie es víctima indefensa de fuerzas caprichosas o arbitrarias.

        En todo se tiene la Justicia Cósmica, que aprovecha errores y aciertos humanos para conducir a los Espíritus a la felicidad.

        Piensa en eso.


Redacción del Momento Espírita.
En 09.09.2008.

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