Se
cuenta que un agricultor, que luchaba con muchas dificultades, tenía algunos
caballos para ayudar en el trabajo de su pequeña propiedad rural.
Un día, el capataz le trajo la noticia que uno de
sus caballos se había caído dentro de un viejo pozo abandonado.
El hueco era muy hondo y sería difícil retirar al
animal de allí.
El granjero evaluó la situación y se certificó
que el caballo estaba vivo. Pero por la dificultad y el alto costo para sacarlo
del fondo del pozo, decidió que no valía la pena invertir en el rescate.
Llamó al capataz y le ordenó que sacrificara al
animal enterrándolo allí mismo.
El capataz entonces mandó que algunos peones
llenaran el pozo de tierra, hasta cubrir al caballo totalmente y de esta manera
no ofreciera más peligro a los
otros animales.
Sin embargo, al caer sobre su lomo, el caballo se
sacudía, derribaba y pisaba la tierra.
Los peones entonces se dieron
cuenta que el animal no se dejaba enterrar, sino, al contrario, estaba subiendo
a medida que la tierra llenaba el pozo, hasta que finalmente, logró salir.
***
Algunas veces nos sentimos como si estuviéramos en
el fondo de un pozo, y si no fuera
poco, tenemos la impresión de que están intentando enterrarnos para siempre.
Es como si el mundo volcase sobre nosotros la
tierra de la incomprensión, de la falta de oportunidad, de la desvalorización,
del desprecio y de la indiferencia.
En los momentos difíciles, es importante que
recordemos de la profunda lección que nos deja la historia del caballo y que
intentemos hacer nuestra parte para salir de las dificultades.
Al fin de cuentas, si nos dejamos llegar al fondo
del pozo, sólo nos restan dos opciones: o lo utilizamos como punto de apoyo
para el impulso que nos llevará al tope, o nos quedamos allí hasta que la
muerte nos encuentre.
Es importante, si sentimos que estamos enterrándonos,
sacudir la tierra y la aprovechemos para subir.
Además, en todas las situaciones difíciles que
enfrentamos en la vida, tenemos el apoyo incondicional de Dios, nuestro padre
celestial, de quien podemos acercarnos a través de la oración.
Y la oración es una poderosa palanca de la que
podemos echar mano, en cualquier momento y en cualquier
lugar.
¡Piense
en ello!
Jesús nos recomendó oración y vigilancia.
La vigilancia constante puede ahorrarnos muchos
sinsabores, pues el que está atento fácilmente percibe la embestida de
sentimientos peligrosos que pueden traernos mucha infelicidad.
Es el arribo silencioso de una desilusión, de la
envidia, del orgullo, de la arrogancia, de la soledad y de otros tantos defectos
que pesan en nuestra economía moral y tienden a llevarnos hacia el abismo.
La oración es un recurso precioso que nos permite
tener la fuerza necesaria para resistir a todas las embestidas menos felices.
Por eso, vale la pena meditar sobre los sabios
consejos del Maestro de Nazaret, pues ellos pueden ser muy útiles en la
conquista de la felicidad que tanto deseamos.
¡Piense en eso!
(Historia de autor desconocido.)