Momento Espírita
Curitiba, 25 de Abril de 2024
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ícone La abnegación

        La evolución espiritual es un fenómeno muy complejo que ocurre en fases sucesivas.

        Al inicio predomina la naturaleza corpórea.

        La persona dominada por los instintos dedica su tiempo y su interés a las actividades más sencillas.

        Comer, vestirse, abrigarse, procrear y cuidar la prole, he ahí el resumen de sus preocupaciones.

        En ese período el egoísmo es muy evidente.

        Los instintos de conservación de la vida y de preservación de la especie tienen preponderancia absoluta.

        En el transcurso del tiempo el ser empieza a desvincularse de su origen.

        La inteligencia se desarrolla, el raciocinio se perfecciona y el juicio moral florece.

        Las invenciones hacen posible dedicar tiempo a las cuestiones no directamente relacionadas a la supervivencia.

        Vivir ya no es tan difícil desde el punto de vista material.

        Es ahí que empiezan los dilemas morales.

        Con la razón desarrollada la responsabilidad se presenta fuertemente en los caminos espirituales.

        Lo que antes era admisible pasa a ser un escándalo.

        La sensibilidad se afina y la persona aspira a realizaciones intelectuales y afectivas.

        Esa sensibilidad nueva también evidencia que el prójimo es su semejante con derechos iguales para ser feliz y realizarse.

        Paulatinamente se evidencia la igualdad básica entre los hombres.

        No obstante poseedores de talentos y valores diversos no se destacan en lo esencial.

        Una llama divina los anima y os conduce a las cumbres de la evolución.

        Sin embargo, el abandono de las costumbres toscas de las primeras vivencias no es fácil.

        Siglos son gastados en la ardua tarea de domar vicios y pasiones.

        Las encarnaciones se suceden mientras el Espíritu lucha para ascender.

        El impedimento más grande para la liberación de las experiencias dolorosas es el egoísmo, que posee un vínculo muy fuerte con el apego a las cosas corporales.

        Cuanto más se aferra a los bienes materiales, más el hombre demuestra cuán poco comprende su naturaleza espiritual.

        El Espíritu necesita liberarse del apego a las cosas transitorias.

        Solo así adquiere condiciones de vivir las experiencias sublimes a que está destinado.

        Quien desee salir del primitivismo debe combatir la propensión excesiva a los placeres de la materia.

        La mejor manera para eso es practicar la abnegación.

        Es una virtud que se caracteriza por el desprendimiento y por el desinterés.

        De la acción abnegada resulta la superación de las tendencias egoístas del agente.

        Se actúa en beneficio de una causa, persona o principio sin mirar cualquier ventaja o interés personal.

        Con certeza, no es una virtud que se adquiere jugando.

        Solamente con disciplina y determinación ella se incorpora al carácter.

        Pero, como nadie hará nuestra tarea es necesario comenzar en algún momento.

        Empieza, pues, a practicar la abnegación.

        Esfuérzate en realizar una serie de actitudes dirigidas al prójimo.

        Sal de ti mismo y piensa con interés en el bien ajeno.

        Ese esfuerzo inicial no tardará a fructificar.

        El gusto por las cosas transitorias lentamente se alejará de ti.

        Y será sustituido por los goces espirituales.

        Descubrirás la ventura de ser bondadoso, de asistir a los caídos y de enseñar a los ignorantes.

        Eses gustos suaves y trascendentes te conducirán a las esferas de sublimes realizaciones.

        Piensa en eso.


Redacción del Momento Espírita.
En 07.08.2008.

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