Momento Espírita
Curitiba, 25 de Abril de 2024
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ícone Carta a mi madre

        Madre, cuando empecé a escribir esta carta utilicé la pluma del cariño, mojada en la tinta rubra del corazón herido por la añoranza.

        Las noticias, arregladas como perlas en un hilo precioso, empezaron a saltar de su lugar atropellando el ritmo de mis recuerdos.

        Me veo niño orientado por tu paciencia. Tus manos seguras que me ayudaron a caminar.

        Y todos los recuerdos, como un calidoscopio mental, se humedecieron con las lágrimas que vertieron de mis tristes ojos.

        Se hizo tangible en el pensamiento volador, la hermana que peleaba conmigo.

        Cuantas terquedades hacia ella. Por el mismo juguete, por el lugar en el columpio, por quien entraría primero en la piscina.

        Me parece oír su risa, infantil, estridente. Y tú enseñándonos  calma, tolerancia.

        Para la lección de honestidad, en el momento de la merienda ofrecías el cuchillo a cada uno  en el reparto del pan o de la torta.

        Cuántas veces tu mirada me alcanzó, diciéndome sin palabras por el tamaño excesivo de la rebanada elegida por mí.

        Las lecciones de la escuela hechas bajo tu supervisión, los paseos al cine, las palomitas, el refresco.

        ¡Cuántos recuerdos madre querida!

        De los días de la adolescencia, del deseo de alzar vuelos de libertad antes de tener las alas emplumadas.

        De los días de juventud que idealizaban anhelos más allá de lo que tú, luchadora solitaria, podría ofrecerme.

        Lágrimas de frustración que enjugaste. Lágrimas de dolor, de resentimiento, que limpiaste acariciándome el rostro.

        Cuántas veces escucho tu voz repitiéndome, una vez más:

        ¡Todo tiene su tiempo, su hora! ¡Espera! ¡Entrena paciencia!

        Y otras veces:

        Cada día es una oportunidad distinta. Todo lo que tienes es dádiva de Dios, que no debes despreciar.

        La migaja que desprecias puede ser la riqueza en el plato ajeno. El día que pierdes en la ociosidad es un tesoro desperdiciado que no vuelve.

        Lecciones y lecciones.

        La casa hermosa entre los tamarindos surgió en mi emoción.

        Volví a los caminos recorridos para invadirla de nuevo, como si yo fuera alguien expulsado del paraíso, volviendo de repente.

        Madre, llegó un momento en que la carta me penetró con tal profundidad que ya no sabía si la había escrito.

        Y porque ella hablaba a mi corazón dolorido, volé venciendo la distancia.

        Y vine, yo mismo, para que tú veas y oigas las noticias vibrando en mí.

        Madre, estoy aquí. Yo soy la carta viva que te  iba a escribir y enviarte.

* * *

        Entre los períodos de la vida y las actividades que el Mundo te involucra, reserva un tiempo para esa persona especial llamada madre.

        No la olvides. Escribe, telefonea, envía una flor, un cariño.

        Piensa cuantas veces en tu vida ella te sorprendió de esa manera.

        Y no dejes de abrazarla, acariciarla, confortar su corazón.

        Tú, seguramente, serás siempre para ella el mejor y más precioso regalo.

Redacción del Momento Espírita, con base en el capítulo XVI del libro Pássaros livres, del Espíritu Rabindranath Tagore, psicografía de Divaldo Pereira
        Franco, ed. Leal. Brasil.
En 26.05.2008.

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