Momento Espírita
Curitiba, 28 de Março de 2024
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ícone Elegancia

        La vida moderna se caracteriza por la informalidad, por la prisa y por los cambios constantes.

        Costumbres hasta hace poco tiempo muy difundidas, hoy son raras.

        La carta escrita a mano fue sustituida por el mensaje vía correo electrónico.

        Pocos hombres conservan la gentileza de ceder la silla o abrir la puerta del automóvil para las damas.

        A pesar del interés por las almas gemelas y temas relacionados, el romanticismo parece casi extinto.

        Existe mucha prisa en empezar, consumar y terminar las relaciones.

        Estar atento al compañero, identificar sus sueños y los tesoros de su mundo interior, todo eso se presenta terriblemente pasado de moda.

        Tal descuido por la esencia del ser humano está presente en casi todos los tipos de relaciones.

        Hay prisa para todo.

        Esa urgencia desmedida hace que las reglas básicas de educación sean constantemente ignoradas.

        Los saludos, cuando existen, son lacónicos y frívolos.

        Una palabra mal educada es rápidamente devuelta.

        No se detiene para pensar si el interlocutor enfrenta algún problema y por eso se manifiesta rudamente.

        Por último, si tiene prisa, sin embargo, es muy raro que se tenga un objetivo noble para justificar los actos que ella inspira.

        En ese contexto, surgen los desentendimientos fútiles que muy rápidamente se degeneran en antipatías y enemistades.

        Es más fácil juzgar, responder y reaccionar prontamente.

        Reflexionar, comprender, preservar y profundizar los vínculos requiere tiempo.

        Es difícil ignorar las presiones del mundo moderno.

        Globalización, competitividad, calificación profesional, existe un sinnúmero de conceptos que inspiran prisa.

        A veces, hasta se explica la prisa, pero no se la justifica en la convivencia con el semejante.

        En fin, la prisa no puede justificar que el hombre se convierta en un bruto insensible.

        Para permanecer civilizado es necesario preservar un poco de la tradicional y buena elegancia.

        Al contrario de lo que talvez sugiera, el vocablo elegancia no implica forzosamente la adopción de vestuarios requintados y ademanes interesados.

        Según el diccionario uno de los significados de elegancia es la distinción de los modos.

        Ser elegante es ser distinto, atento y pulido.

        Es estar atento a las necesidades de aquellos que lo cercan y tratarlos como personas importantes.

        Elegancia implica abstenerse de expresiones groseras y no involucrarse en discusiones ácidas y ofensivas.

        Elegante es no hablar de los ausentes, es no ser una presencia desagradable a los demás.

        Para quienes contestan todo al pié de la letra y no están acostumbrados a llevar insolencia a la casa, ser elegante constituye un gran desafío.

        Sin embargo, aquel que habla y actúa sin pensar, tarde o temprano se arrepiente y se da cuenta que hizo tontería.

        Actos impulsivos y groseros destruyen oportunidades personales y profesionales.

        A nadie le gusta estar cerca de un grosero.

        Pero jamás te arrepentirás de ser elegante.

        Tal vez al principio te sorprendas al no contestar a una provocación.

        Ser gentil y educado frente a las ofensas y groserías exige una buena dosis de disciplina.

        Y cosecharás los mejores frutos de ese nuevo estilo de comportarse.

        Aquel que te maltrate fatalmente se quedará avergonzado, al percibir el esmero de tu educación.

        Paulatinamente un nuevo modelo de conducta se establecerá alrededor tuyo.

        Piensa en eso.

Redacción del Momento Espírita.
En 12.05.2008.

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