Momento Espírita
Curitiba, 25 de Abril de 2024
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ícone Lección de un corazón infantil

Fue en su visita al hospital que el niño conoció a la chica enferma.  Al entrar, tuvo una ligera impresión de tristeza. Le pareció extraño. Al fin de cuentas, el médico le mostró un gran armario con píldoras contra la tos, pomada amarilla contra  ampollas y un polvo blanco contra la fiebre.

Le mostró la sala donde se podía mirar a través del cuerpo de una persona como si fuera una ventana, para ver dónde se escondió la enfermedad. Le mostró otra con espejos, donde se analizaban muchas cosas que amenazaban la vida.

¡Qué extraño! pensaba el chico. Si aquí impiden que el mal vaya adelante,  todo debía parecer alegre y feliz. ¿Por qué estoy sintiendo tanta tristeza?

El médico le explicó cómo insistía la enfermedad en entrar en el cuerpo de las personas. Que había mil especies de enfermedades, que usaban disfraces para que no pudieran ser reconocidas y cómo era difícil mantener la salud.

Le explicó además, que era preciso estudiar mucho para desenmascarar y desanimar la enfermedad, llevarla hacia fuera, atraer la salud y no dejarla huir.

Pero, cuando entró en la habitación de la enfermita, a él le pareció muy hermosa, aunque  un poco pálida. Los cabellos se esparcían por la almohada.

Ella le dijo que no podía andar. Pero eso no tenía mucha importancia porque no tenía ningún lugar para ir. Roberto le habló del jardín lleno de flores que tenía en su casa. Pareció que ella se animaba un poco y contestó que si tuviera un jardín, quizás sintiese ganas de curarse, para pasear entre las flores.

Mientras ella continuaba desfilando su tristeza, contando sobre las píldoras e inyecciones que tenía que tomar todos los días y de los ejercicios que necesitaba hacer, Roberto pensaba: para que esta niña se cure es preciso que tenga el deseo vehemente de ver el día siguiente.

Si ella tuviera una flor, con su manera toda especial de abrirse, de improvisar sorpresas, tal vez quisiera curarse. Una flor que crece es una verdadera adivinanza que vuelve a comenzar cada mañana. Un día ella entreabre un botón, al otro nace una hoja más verde que una rana, otro día desarrolla un pétalo más.

Quizás esta niña se olvide de la enfermedad, esperando día a día una nueva sorpresa.

Roberto afirmó que ella se curaría y deseó ardientemente eso.

Después fue a buscar flores, varias flores y las puso sobre la mesa, cerca de la ventana, a los pies de la cama.

Trajo una espléndida rosa, que parecía ir lentamente abriendo sus pétalos como se estuviera avergonzada o quizás quisiera guardar la sorpresa para otro día.

Entonces, la niña que solamente miraba al techo y contaba los agujeritos de la madera, contempló las flores y se sonrió.

Aquella misma noche la tristeza salió por la ventana y la niña empezó a    mover las piernas. 

¿Usted sabía? 

¿Que la medicina no puede casi nada contra un corazón muy triste?

¿Que para curarse de los males físicos es necesario tener ganas de vivir?

Todo buen médico sabe eso. Y sabe también que para entablar la lucha incesante contra la enfermedad y preservar la salud, es preciso ver en los pacientes a sus hermanos.

En síntesis, es necesario amar mucho a las criaturas. Solamente así él tiene condiciones de detectar las enfermedades y restablecer la salud de sus pacientes.

 

(Variaciones en torno del cap. 11 de la obra “El niño del dedo verde” de Maurice Druon.)

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