Momento Espírita
Curitiba, 27 de Abril de 2024
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ícone La copa de perlas

        Había una vez… Así empiezan las historias maravillosas. No importa sus tamaños. Si empiezan por había una vez serán siempre maravillosas.

        Pues había una vez un hombre. Un hombre pobre que poseía de bien precioso solo una copa.

        En ella, él bebía el agua del riachuelo que cruzaba cerca de su casa. En ella bebía la leche, cuando la tenía, a cambio de alguna tarea.

        Era pobre, pero feliz. Feliz con su esposa que lo amaba. Feliz en su casita, que el sol abrazaba en los días calientes tornándola semejante a un horno.

        Feliz con el árbol al fondo del terreno, donde huía del calor.

        Salía por las mañanas en busca de algún trabajo que le garantizase el alimento para él y su esposa, cada día.

        Así trascurría la vida, en calma y felicidad. En las tardes tibias cuando retornaba al hogar era siempre recibido con mucha alegría.

        Era un hombre feliz. Traía el corazón en paz, sin grandes vuelos de ambición.

        Entonces, un día… Siempre existe un día en que las cosas ocurren y cambian el rumbo de la historia.

        Ese día, él mismo no sabiendo porqué, una lágrima se cayó de sus ojos dentro de la copa.

        De inmediato, el hombre escuchó un pequeño ruido como algo sólido que golpeó el fondo del recipiente.

        Miró y recogió entre los dedos una perla. Su lágrima se había transformado en una perla.

        Entonces, el hombre pensó que podría quedarse muy rico si llorase mucho.

        Como no tenía motivos para llorar él empezó a crearlos. Necesitaba tornarse una persona triste, llorona, para enriquecer.

        Con el dinero de la venta de las perlas pensaba en comprar ropas lindas para su esposa, una casa más confortable, propiedades, un automóvil.

        Y así fue. Él empezó a buscar motivos para quedarse triste y llorar mucho.

        Consiguió muchas riquezas. Él podría volver a ser feliz. Sin embargo, deseaba más.

        Las cosas pequeñas que antes le ofrecían alegrías ahora no tenían valor.

        ¿Qué le importaba el rayo del sol para calentarse en el invierno? Con el dinero él puso calefacción en toda su casa.

        ¿Por qué esperar los vientos generosos para alivianar el calor en los días de verano? Con dinero él instaló acondicionadores de aire en toda su casa.

        Y también en el automóvil y en la oficina que adquirió para administrar los negocios que el dinero rentaba.

        Y la tristeza siempre necesitaba ser mayor. Del tamaño de la ambición que lo dominaba.

        Nunca era lo suficiente. Los cariños de su esposa al final del día y los amaneceres de luz dejaron de ser imprescindibles.

        Él no podía perder el tiempo. Necesitaba llorar. Necesitaba descubrir fórmulas para quedarse más triste y derramar más lágrimas.

        Finalmente, cuando el hombre se dio cuenta estaba sin esposa, sin amigos. Solo… Con su dinero, con toda su fortuna inmensa.

        Llorando ahora, estaba tan desolado que no le importaba derramar en la copa las lágrimas que vertía.

        La depresión le cogiera y nada más tenía significado.

* * *

        La historia parece un cuento de hadas. Pero nos lleva a preguntarnos cuantas veces despreciamos los tesoros que poseemos, saliendo a la búsqueda de las riquezas efímeras. 

        Pensemos en eso y no desperdiciemos los valores verdaderos que disponemos. Tampoco pensemos en cambiarlos por posesiones exageradas.

        A todo concedamos el valor debido, jamás perdiendo nuestra alegría.

        Haberes conquistados a cambio de infelicidad solamente generan infelicidad.

        ¡Pensemos en eso!

Redacción del Momento Espírita, a partir del pequeño cuento del capítulo 4 del libro O caçador de pipas, de Khaled Hosseini, ed. Nova Fronteira, Brasil.
En 11.04.2008.

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