Momento Espírita
Curitiba, 25 de Abril de 2024
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ícone Justicia Divina

        Ellos eran jóvenes, amables y simpáticos. Sus semblantes irradiaban alegría. Se amaban con ese primer amor que se asemeja a un árbol florido que espera la estación propicia para transformarse en un manojo de frutos.

        Se unieron por amor. Él era un empleado sencillo y ella una costurera. Se miraron y se amaron. Se amaron y se unieron.

        Al unirse luego pensaron en la bendición del primer hijo. La joven, mirando imágenes de querubines, pidió a Dios que le diese un hijo tan bello como una de aquellas figuras angelicales.

        Un año se pasó. La pareja amorosa guardó sus ahorros y arregló lo necesario para vestir al recién nacido.

        Ella cosió las pequeñas ropas de algodón con preciosas randas, trajes blancos con finos bordados, gorras, todo de lo más bello y delicado para recibir a su bebé.

        Esperaron al hijo que imaginaban bello y que debería llegar pidiendo besos con sus sonrisas.

        Finalmente llegó la hora del parto. Áurea sintió los primeros dolores y después de un laborioso período dio a luz a un niño.

        Quiso verlo en seguida, pero su esposo y las personas que estaban a su alrededor solamente la miraban con tristeza.

        Intercambiaban miradas melancólicas y murmuraban algo que ella no conseguía entender.

        Por fin, después de insistir, Áurea empezó a gritar: ¿Ustedes no me escuchan? Quiero abrazar a mi hijo. ¿Acaso está muerto?

        No, le dijeron. ¡Ocurre que… el niño no tiene brazos ni piernas!

        Áurea alargó sus brazos y respondió con ansiedad:

        Pues, tráemelo. Si no tiene brazos ni pernas, él estará más tiempo en mis brazos.

        El niño era bello. Ojos azules muy expresivos, abundante cabello rubio. Los padres lo amaron. Pero el padre, cuando su esposa no podía escuchar, decía con profunda amargura:

        Yo quería mucho un hijo. Y él vino sin brazos ni piernas. Que gran injusticia cometió Dios conmigo. ¡Si al menos yo fuera rico, pero soy tan pobre!

        Delante de un panorama tan doloroso, la Doctrina Espírita nos ofrece profundas declaraciones a través de la ley de los renacimientos, de la tesis de las múltiples existencias, de la ley de causa y efecto.

        Ella nos permite abrir una puerta hacia nuestro ayer, nuestro pasado, dentro de la Historia de la Humanidad terrestre.

        En El libro de los Espíritus, los mensajeros espirituales esclarecen acerca del importante tema del sufrimiento, del dolor, de la enfermedad, afirmando que no son concausas propuestas por el Creador, mas son consecuencias de las violaciones de Sus Leyes.

        De esa manera, de acuerdo con la naturaleza de las faltas cometidas por el Espíritu, él mismo escoge las pruebas que desea enfrentar.

        Pruebas que lo conducen a la expiación de las faltas cometidas y a progresar más a prisa.

        Dios, en Su justicia, permite que el culpable retorne al escenario donde delinquió para la rectificación de sus errores.

        Y según enseñó Jesús, Si tu ojo te es causa de escándalo, arráncalo y arrójalo lejos de ti, las deficiencias y mutilaciones del hoy retratan exactamente la calidad de los desaciertos del ayer.

        Pero, como Dios es justicia y también misericordia permite que las almas deudoras nazcan cerca de corazones amorosos, que las aceptan y las ayudan con devoción en su trayectoria de rescates y dolores.

        Por eso mismo, es frecuente que encontremos madres cargando a hijos que no caminan, sin lamentar el esfuerzo que realizan.

        Madres que viven con hijos de oídos y labios cerrados y que, sin embargo, les hablan a la acústica del alma diciéndoles de su amor.

        Madres que reciben hijos minusválidos de toda orden y que a ellos se dedican, heroínas anónimas, con desprendimiento y amor.

Redacción del Momento Espírita con base en el capítulo Sem braços e sem pernas, del libro Reencarnação e vida, de Amália Domingo Soler y en los ítems 258 y 264 de O livro dos Espíritos, de Allan Kardec, ed. Feb, Brasil.
En 17.03.2008.

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