Momento Espírita
Curitiba, 26 de Abril de 2024
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ícone Sócrates y la inmortalidad del alma

        En al año 399 antes de la era cristiana, el Tribunal de los Heliastas, constituido por representantes de las diez tribus que componían la demócrata Atenas, se reunía con sus 501 integrantes para cumplir una obligación muy difícil.

        Representantes del pueblo, escogidos al azar,  estaban allí para juzgar el filósofo Sócrates.

        El pensador era acusado de rechazar a los dioses del Estado y corromper a la juventud.

        Figura muy controvertida Sócrates era admirado por unos, criticado por otros.

        Tenía la costumbre de andar por las calles con  grupos de jóvenes, enseñándolos a pensar, a cuestionar sus propios conocimientos acerca de las cosas y de ellos mismos.

        Sócrates desarrolló el arte del dialogo, la mayéutica, ese momento del “parto” intelectual, de la búsqueda de la verdad en el interior del hombre.

        Sus palabras “Sólo sé que no sé nada” representan la sabiduría más grande de un ser reconociendo su ignorancia, reconociendo la necesidad de aprender, buscar la verdad.

        Por eso, fue sabio y más allá de sabio, ofreció ejemplos inigualables de conducta moral.

        Vivió sencillamente y siempre reflexionó acerca del mundo materialista, de los valores ilusorios del ser  y de las creencias vigentes en la sociedad.

        Delante de sus acusadores fue capaz de dejarles lecciones importantísimas, como cuando afirmó:

        “No tengo otra ocupación sino esa de persuadiros a todos, jóvenes y viejos, para que cuidéis menos de vuestros cuerpos y de vuestros bienes que la perfección de vuestras almas.”

        El gran filósofo fue condenado a la muerte por cerca de 60 votos de diferencia.

        La gran mayoría incentivaba a que él intentase negociar su pena, asumiendo el crimen, librándose así de la punición capital con el pago de algunas monedas.

        Seguramente todos saldrían con las consciencias menos culpables.

        Todos, menos Sócrates que, de ninguna manera, se permitió actuar en contra de sus principios de moralidad. Así, aceptó la pena impuesta.

        Aprisionado durante 40 días, tuvo la oportunidad de huir, una vez que sus amigos encontraron una forma ilícita de darle la libertad.

        No la aceptó. No se permitió ser deshonesto con la ley, aunque esta lo hubiera condenado injustamente. Una vez más ejemplificó la grandeza de su alma.

        Y fueron extremadamente tranquilos los últimos instantes de Sócrates en la Tierra.

        Una calma espantosa invadía su semblante y causaba la admiración en todos los que iban a visitarlo.

        Indagado acerca de tal sentimiento, el pensador reveló lo que le animaba el espíritu:

        “Todo hombre que llega adonde voy a ir ahora, ¡qué gran esperanza no tendrá de que poseerá allí lo que buscamos en esta vida con tanto trabajo!

        Este es el motivo que el viaje que me ordenan me llena de tan dulce esperanza.”

        Si, Sócrates tenía la seguridad interior de la inmortalidad del alma y lo expresó claramente en varios momentos de sus diálogos.

        La perspicacia de sus pensamientos y reflexiones ya había llegado a tal conclusión lógica.

        El gran filósofo partía seguro que continuaría su tarea, que proseguiría pensando, dialogando y que desvendaría un nuevo mundo, una nueva perspectiva de la vida, que es una sola, sin muerte, sin destrucción.

*   *   *

        El Codificador de la Doctrina Espírita, Allan Kardec, preguntó a los inmortales:

        “En el instante de la muerte, ¿cuál es el sentimiento que prevalece en la gran mayoría de los hombres: la duda, el temor o la esperanza?”

        Y los Espíritus le contestan:

        “La duda, para los escépticos empedernidos; el temor, para los que son culpables; la esperanza, para los hombres de bien.”

        Que podamos todos, a ejemplo de Sócrates, dejar este mundo con el corazón lleno de esperanza.

Redacción del Momento Espírita con base en los  libros: O Fédon, de Platão, Coleção Filosofia –  Textos nº 4. ed. Porto y Apologia de Sócrates, de Platão, Coleção Aos pensadores, ed. Nova Cultural - Brasil.

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