Momento Espírita
Curitiba, 20 de Abril de 2024
busca   
no título  |  no texto   
ícone ¡Ah, esas madres!

        Cuando nos viene a la mente la imagen de madre, ella surge siempre abarcando una mezcla de divino y de humano.

        Es muy difícil encontrar una persona que no se conmueva ante el recuerdo de su madre.

        Niños que abandonaron su hogar por diversos motivos, y viven en la calle, cuando evocan a sus madres son cogidos por una ola de ternura.

        ¿Por qué las madres son esos seres tan especiales?

        Quizás sea porque ellas tienen el don de la renuncia.

        Una madre logra renunciar a sus intereses propios para atender a ese pequeño ser indefenso y carente que lleva en los brazos.

        Pero, las madres tienen también otras características muy especiales.

        El corazón de una madre es compasivo. Una madre siempre encuentra la manera de socorrer a su hijo, aun cuando éste está bajo la estricta vigilancia del padre.

        Ella aliviana su castigo, esconde sus travesuras, lo defiende, protege, le da unas monedas de más.

        Si, a una madre siempre le queda algún dinero para socorrer a su hijo, aunque viva en extremada necesidad.

        Las madres son excelentes guardaespaldas. Están siempre pendientes para defender a su hijo del compañerito “terrorista”, que le coge por el pelo o le obliga a prestarle su juguete preferido…

        Cuando un niño tiene una pesadilla por la noche, y el miedo lo asusta, es la madre quien acude a su alivio.

        Las madres tienen algo de hadas pues un abrazo suyo cura cualquier sufrimiento y su beso es una santa medicina contra el dolor…

        Para los hijos, aunque adultos, la oración de la madre sigue teniendo el poder de quitar cualquier dificultad, solucionar cualquier problema, alejar cualquier mal.

        Para los hijos, las madres tienen vínculos directos con Dios, pues todo lo que ellas piden Dios lo atiende.

        El respeto a las madres se hace presente incluso en los lugares donde no hay más esperanza.

        Ahí donde la policía no entra las madres tienen libre acceso, aunque sea para dar un tirón de oreja al hijo que se desvió del camino recto.

        Incluso un hijo criminal respeta a su madre y reverencia su memoria, aun cuando ella ya haya partido al más allá.

        Hay madres que son verdaderas escultoras. Saben retirar de la piedra bruta que viene a sus brazos, la más perfecta escultura, trabajando con el cincel del amor y la mezcla de la ternura.

        ¡Ah, esas madres!

        Al mismo tiempo que tienen algo de hadas, tienen también algo de brujas…

        Ellas adivinan cosas acerca de sus hijos, que ellos quisieran ocultar de si mismos.

        Saben cuando quieren huir de los compromisos, disimulan e intentan engañar con sus falsas historias…

        Lo que pasa es que los hijos se olvidan de que vivieron nueve meses en el vientre de sus madres y, por eso, ellas los conocen tan bien.

        ¡Ah, esas madres!

        Madres son esos seres especiales a los cuales Dios entregó un poco de cada virtud, para atender a otros seres no menos especiales, que son los niños.

        Las madres sienten que su misión es la más importante en la faz de la Tierra, pues en sus brazos Dios deposita Sus joyas para que se queden aun más brillantes.

        Quizás sea por eso que Dios dotó a las madres de sensibilidad y valor, coraje y resignación, renuncia y osadía, afecto y entereza.

        Esas son fuerzas a ellas otorgadas para que cumplan la gran misión de ser madre.

        Y ser madre significa ser co-creadora con Dios y tener la oportunidad de construir un mundo mejor con esas piedras preciosas que llamamos hijos…

Redacción del Momento Espírita

© Copyright - Momento Espírita - 2024 - Todos os direitos reservados - No ar desde 28/03/1998