Momento Espírita
Curitiba, 29 de Março de 2024
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ícone Conciencia del deber

 

¿Cómo hemos cumplido con nuestros deberes? En la familia, en la escuela, en la profesión, ¿cómo nos hemos portado?

Somos de los que buscamos la calidad en lo que hacemos, siempre preocupados en realizar lo mejor, ¿o somos como aquellos a quienes nos les importan los resultados, luego de que la tarea sea concluida?

Sin embargo, vivimos en una sociedad que exige calidad, especificaciones técnicas, perfeccionamiento profesional, y observamos que, en general, cada persona busca hacer lo estrictamente necesario y exigible.

No obstante, debería ser muy distinto. Deberíamos preocuparnos en realizar todas las cosas de forma excelente, casi perfecta.

Deberíamos ser personas insatisfechas con los resultados de nuestras tareas, aunque las consideremos buenas, reconociendo que siempre existe la posibilidad de mejorarlas.

Si todos pensáramos de esa forma, no habría la necesidad de las instituciones controladoras,  fiscalizadoras o reguladoras de calidad.

No habría tantas piezas con desperfectos, mal elaboradas, tareas mal ejecutadas...

La preocupación de todos sería realizar lo mejor.

Recordamos que hace mucho tiempo, en la Grecia Antigua, un escultor, ya anciano, estaba lapidando un bloque de piedra.

Con cuidado, trabajaba la piedra con el cincel, retiraba un fragmento por vez, evaluando las medidas con sus manos vigorosas, antes de aplicar un golpe más.

Una vez concluida, la pieza serviría de capitel, la parte superior de las columnas. Ella sería alzada y colocada en la extremidad de un largo pilar. La columna iría componer el soporte del techo de un majestuoso templo.

Un funcionario del Gobierno que por allí pasaba, mirando el esfuerzo del escultor, se acercó y le preguntó:

¿Por qué dispender tanto tiempo y esfuerzo en esa parte? Esa pieza se quedará a quince metros del suelo, ningún ojo humano será capaz de ver sus detalles.

El artista anciano descansó el martillo y el cincel. Secó el sudor de la frente, fijó la mirada en su interlocutor y respondió:

¡Pero, Dios los verá!

La frase traduce la conciencia de la persona conocedora de que, no obstante pueda engañar a los hombres, no logrará engañar a la Divinidad. Retrata igualmente la conciencia del deber, que es uno de los más bellos ornamentos de la razón.

*   *   *

En el orden de los sentimientos, el deber es muy difícil de cumplir porque se halla en antagonismo con las seducciones del interés y del corazón.

El deber íntimo del hombre está librado a su libre arbitrio.

El hombre tiene que amar al deber, no porque éste preserve de los males de la existencia, sino porque transmite al alma el vigor necesario para su desarrollo.

Redacción del Momento Espírita, con base en el ítem 7, del capítulo XVII
 del libro O Evangelho segundo o Espiritismo, de Allan Kardec,
ed. Feb, y texto intitulado Dios verá, de autor desconocido.
En 24.09.2009.

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