Momento Espírita
Curitiba, 19 de Abril de 2024
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        La torre de Babel es mencionada en el libro bíblico del Génesis como una enorme torre, construida por los descendientes de Noé, con la finalidad de tocar los cielos.

        Dios, supuestamente, habría se molestado por el atrevimiento humano y, así, hizo con que todos los trabajadores de la obra hablaran en idiomas distintos, para que no pudieran entenderse entre ellos.

        De esa forma, cuando uno pedía un ladrillo el otro le entregaba barro; y así ocurrió hasta que el desentendimiento general hizo con que todos se separasen.

        Según el mito, esta historia explicaría el origen de los idiomas de la Humanidad.

        Todo mito contiene informaciones muy interesantes, que muchas veces nos ayudan a comprender la realidad de una época y sirven de reflexiones para la actualidad, como en este caso.

        La supuesta teoría del origen de los idiomas puede parecer absurda, pero, podemos ignorarla y volcarnos para la idea del desentendimiento, de la confusión entre las personas.

        Se puede decir, entonces, que aún no nos entendemos en muchas cuestiones.

        Nuestras creencias religiosas, por ejemplo, pueden afirmar las mismas cosas, pero con palabras y formas distintas, y con eso no logramos entendernos.

        Todos tenemos el mismo Creador, pero, una vez que le denominamos de distintas formas, no nos vemos como hermanos.

        Leemos, muchas veces, las mismas lecciones, las mismas narrativas, pero, no logramos ir más allá de nuestra propia interpretación.

        Nos quedamos atados a las pequeñas diferencias que nos separan, sin percibir las grandes afinidades que nos unen a todos en el Globo.

        Nos falta, en esencia, humildad y fraternidad.

        Humildad que nos haga comprender que no somos dueños de una verdad inmutable, absoluta.

        Humildad que nos permita escuchar la opinión del otro y darle consideración, reflexionar acerca de ella, antes de posicionarnos decididamente en contra.

        Humildad que genera el esfuerzo de mejorar la comunicación con los demás, en nombre de la armonía, de la paz.

        El respeto es el hijo preferido de la humildad.

        Dar a cada uno el derecho de pensar como quiere, de ser como le agrada, es un acto de respeto.

        La humildad nos invita a combatir las ideas, sin necesidad de cualquier pugna personal, en razón de pensamientos antagónicos.

        La fraternidad, por la esencia de la palabra, nos invita a actuar como hermanos.

         Actuar como hermanos supone amistad, consideración, cariño.

        Ser fraterno significa tolerar en nombre del afecto. Significa estar dispuesto a ayudar y predisponerse al bien, siempre.

        La humildad y la fraternidad serán responsables por la conquista del entendimiento en esta Babel de los días de hoy.

        Cada uno puede hacer su parte. Cada acción a favor de la fraternidad, de la unión, es importante y necesaria.

        Si trabajamos para no hacer de nuestro hogar, de nuestra oficina, una torre de desentendimientos, estaremos en el camino correcto.

* * *

        El Codificador del Espiritismo hizo la siguiente pregunta a los Espíritus:

        “El hombre, al buscar la sociedad ¿obedece tan solo a un sentimiento personal, o hay en ese sentimiento un objetivo más general de la Providencia?”

        A lo que ellos respondieron:

        “El hombre debe progresar. Solo, no puede hacerlo, porque no posee todas las facultades. Necesita el contacto con los demás. En el aislamiento, se embrutece y se marchita.”

        Hombre ninguno posee facultades completas.

        Mediante la unión social las facultades de todos se complementan entre si, para asegurar el bienestar y el progreso.

        Es por eso que, necesitándose recíprocamente, los hombres fueron creados para vivir en sociedad y no aislados…

Redacción del Momento Espírita, con base en el ítem 768 de
“O Livro dos Espíritos”, de Allan Kardec, ed. FEB, Brasil.

Traducción: Vera Regina de Sousa, Miguel Angel Gill y Lincoln Barros de Sousa

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