Momento Espírita
Curitiba, 19 de Abril de 2024
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ícone La grandeza inigualable de Dios

No hay nadie que visite las Cataratas del Iguazú y que no se ponga extasiado delante de la imponencia del espectáculo de las aguas y de las cascadas.

Son 275 cascadas de agua de altura superior a 70 metros, a lo largo de más de dos kilómetros del Río Iguazú.

La palabra Iguazu, del idioma guaraní, deriva de la “y” - “agua, río” y  “guasu” -  “grande.”

Eso quiere decir agua grande o río de grandes aguas.

A la par con la exuberancia del paisaje, sea en las épocas de abundancia o de escasez, el baile incesante de las aguas cantantes no cansa a los ojos.

Hay siempre un detalle más a ser observado.

Las aves, que hacen sus nidos entre las rocas, entrando y saliendo a través de la cortina de agua;

la fuerza de las aguas que vierten, mezcladas de barro,  en la época de lluvias, alzando una nube de blanco impecable;

las gotas que se entrechocan al final de la caída, corriendo ágiles para vencer el lecho del río, luciendo bajo los besos del sol, como un cristal líquido.

Hay quienes lo miran y se aquietan. Otros sacan fotos para enseñar a los amigos.

“¡Nadie va a creer en algo tan increíble como esta cascada de agua!” – dicen algunos, contemplando la garganta del río, en forma de una “u” al revés, con 150 metros de ancho por 80 metros de altura.

La famosa Garganta del Diablo.

Hay quienes se complacen mojándose con las nubes de agua formadas por las cascadas. Y registran el momento fotografiándose.

Otros, viven la emoción de la leyenda de la creación de las cataratas.

Una leyenda tupí-guaraní nos cuenta que, hace mucho tiempo, el Río Iguazú vertía libre, en corrientes mansas y sin cascadas.

En sus márgenes vivían los indios Caigangues, que adoraban al dios-serpiente, hijo de Tupá.

El cacique de la tribu tenía una hija muy hermosa que se llamaba Naipi. Ella debería ser consagrada al culto de la divinidad, de la gran serpiente.

Tarobá, un joven guerrero, se enamoró de Naipi. En el día de la consagración de la joven, la pareja huyó en una barca por el río.

Furiosa con los fugitivos, la gran serpiente se adentró por la tierra y se contorsionó produciendo desmoronamientos en el lecho del río, formando los abismos de las cataratas.

Arrollados por las aguas, la pareja se cayó de una gran altura.

Entonces, Tarobá se transformó en una palmera en la orilla del abismo; y Naipi se transformó en una piedra junto a la gran cascada, siendo constantemente golpeada por las fuerzas de las aguas.

Vigilados por el dios-serpiente, ellos allí permanecen. Tarobá condenado a contemplar eternamente a su amada sin poder tocarla.

La leyenda es apasionante y arrebatadora. Los enamorados la aprecian y se encantan, buscando ubicar la palmera y la piedra.

En verdad, aquel que se detenga a observar la majestuosidad del conjunto de las cataratas, cascadas, corrientes y la vegetación exuberante no puede dejar de pensar en la grandiosidad de Dios.

Dios, el escultor incansable que, con Su voluntad, tajó las rocas en el transcurso del tiempo.

Dios, que creó la abundancia de las aguas y les dio sonoridad, de tal forma que aquel que  escucha su caída constante, puede percibir un mantra o un canto gregoriano… y mecer la propia alma.

Mientras aun no habíamos despertado como hombres, señores de nuestra razón, Dios esparcía las semillas de Su amor, creando la floresta diversificada con miles de distintos  matices.

De verdes que se suceden y se mezclan.

De hojas, flores, diversidades, donde las mariposas ensayan bailes de intraducible colorido.

Y, pintor inigualable, sigue hasta hoy alternando los colores en el arco iris.

Uno aquí, otro más allá, yendo de un lado a otro del enorme barranco por donde deslizan constantemente las aguas en el lecho del río.

Padre Excelso, idealizó además una lección de fraternidad para los  pueblos.

La mayoría de las cascadas está en el territorio argentino, pero efectivamente es del lado brasileño donde se aprecian los paisajes más hermosos.

Entonces, los pueblos se abrazan. Brasileños van a Argentina para verlo desde allá. Argentinos van a Brasil para asistir el espectáculo de sus propias cascadas.

¡Ah, la grandeza inigualable de Dios!

Redacción del Momento Espírita.

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