Momento Espírita
Curitiba, 25 de Abril de 2024
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ícone ¡Dios te bendiga, hijo mío!

Hubo tiempos en que era común el gesto. La vida moderna, el abandono de Dios por las criaturas, lo hizo casi desaparecer.

Raro es el hogar donde aun se manifiesta. En lugares distantes, donde la simplicidad de la vida se une a la fe, todavía persiste.

Hablamos de lo que era costumbre en innumeras familias.

Cuando los niños se levantaban, por la mañana; cuando se preparaban para dormir; cuando saludaban las visitas, unían las manos y las extendían en dirección de los padres, abuelos, tíos, padrinos, pidiendo:

¡La bendición, padre!

¡La bendición, abuela!

¡La bendición, madrina!

Y ellos, con sus manos envolvían a las infantiles y les deseaban:

¡Dios te bendiga, hijo mío!

Naturalmente que, por el hábito, el gesto pasó a ser casi mecánico.

Es decir, muchas veces era repetido solamente por ser tradición, sin envolvimiento emocional ninguno.

De toda manera, la simple mención del nombre de Dios, en la frase, con emisión de bendición, tenía su valor.

Era el momento en que el pequeño, jugando a la pelota o en la tierra, corría al encuentro del recién llegado para decir, casi sin aire:

¡La bendición, tío!

Y recibir el cariño de las manos gigantes, alrededor de las suyas.

Podemos imaginar el efecto cuando el adulto, lleno de nostalgia, de amor, decía con toda unción:

¡Dios te bendiga, hijo mío!

Cómo hace falta Dios en nuestros hogares y en nuestras vidas.

Cuantos disturbios, desentendimientos, peleas podrían ser amainadas. O evitadas.

Cuánto desasosiego infantil, mañas e insistencias podrían ser diluidos, con la formalidad de la bendición a los hijos.

Eso porque la palabra carga las vibraciones de quién las pronuncia. Esas vibraciones envuelven el ser a quién son dirigidas.

Podemos imaginarnos, padres amorosos, diciendo a nuestro hijo: Dios te bendiga,  cuánto de bendiciones a él le enderezamos.

Podemos cogitar que, tantas veces pronunciado el deseo, lo mantenemos envuelto en un halo de confort.

Las bendiciones de Dios.

Tan olvidadas y tan a nuestro alcance.

 

Piense en eso.

 

Usted, padre o madre, abuelo o abuela, tío o tía, padrino o madrina, que ama este pequeño ser que vio nacer, que observa crecer, que lo desea feliz y triunfante, ¡piense en eso!

Piense en eso y empiece a utilizar el ¡Dios te bendiga!,

¡Dios te guarde!,

¡Dios te proteja!, muchas veces.

Constatará, después de un tiempo, los beneficios alcanzados, que se traducirán en menos rebeldías e insistencias; menos explosiones de rabia y egoísmo; más cariño...

Intente y constatará porque las bendiciones de Dios son vibraciones inigualables.

Como el sol que espanta el frío e ilumina el Mundo, ellas calentarán el corazón de  su niño, el suyo también y todos seremos mucho más felices.

Con las bendiciones de Dios.

Redacción del Momento Espírita

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