Momento Espírita
Curitiba, 25 de Abril de 2024
busca   
no título  |  no texto   
ícone Envejecer con sabiduría

Él es un hombre con más de ochenta años. Fuerte, un italiano de los buenos.

Un ejemplo del saber envejecer. Desde hace mucho, se dio cuenta de que ya no tiene aquel vigor de la juventud.

Pero eso no quiere decir que se entregó. Él hace todo lo que su cuerpo aún le permite.

No hace mucho, conducía su coche y en determinadas épocas solía despedirse de sus hijos y nietos con un “hasta pronto”, saliendo de viaje con su esposa.

En cada viaje, un destino diferente.

“¿Vamos conocer tal o cual lugar?” – preguntaba a su esposa, de edad cercana a la suya.

O sea, preguntaba por preguntar, porque la señora, bien dispuesta, siempre estaba de acuerdo.

Cerraban el piso y se marchaban hacia el campo, una estación termal, un sitio de turismo rural.

Hace poco la pareja cumplió sus bodas de oro y los hijos les ofrecieron una gran fiesta.

Él concurrió apuesto con su más bello traje, bigote afeitado, el pelo blanco peinado y una actitud de seriedad disfrazando la emoción.

Ella, llevaba un lindo vestido largo azul turquesa, encantando a él como en los primeros años de convivencia.

Recientemente, amigos espiritistas decidieron prestarle un homenaje por los años de dedicación a la causa, por su papel pionero, divulgando la Doctrina Espírita en pueblos donde apenas empezaba tímidamente.

De inmediato su memoria y su ética se manifestaron:

“¿Por qué yo? Antes hubo quien lo hizo mucho más y mejor.”

Se acordó de un amigo por intermedio de quien conoció la Doctrina Espírita y que estuvo presente, siendo igualmente homenajeado.

Con emoción agradeció el homenaje confesando que no la merecía porque  de la Doctrina Espírita recogiera lo mejor y, por lo tanto, era su deudor.

Incentivó a los jóvenes y a los actuales trabajadores a que prosigan en la dichosa labor de la divulgación espírita, esparciendo luces, iluminando mentes y corazones.

Conmovió a todos.

Sencillo, a pesar de ser portador de considerable patrimonio, abraza con vivacidad a los amigos.

Le gusta una buena conversación, aún con dificultad para escuchar.

Pero, ajusta su aparato para la sordera y participa.

No se molesta en volver a preguntar cuando no entiende de inmediato.

Sabio, no habla si no está seguro de haber entendido bien el tema.

Sabe callarse cuando muchos hablan al mismo tiempo, dificultándole  el entendimiento.

Aún mantiene en su personalidad ciertos procedimientos de la niñez, demostrando que el verdor infantil no murió en su interior.

Así, cierto día durante un desayuno con amigos, cuando todos ya habían terminado de comer y se entretenían en la mesa, de un zarpazo cogió de un cuchillo y lo introdujo en un tarro de dulce de leche, retirándolo cargado del precioso manjar, miró hacia su esposa – exactamente como los niños cuando hacen travesuras -  y lo lamió  con gusto.

Todos se rieron. Él también. Había hecho una travesura como los niños.

Así debemos ser cuando envejecemos con sabiduría. Sensatos en el actuar, joviales en el pensar, niños en el placer de vivir intensamente cada día.

*   *   *

Personas frívolas que solamente valoran la apariencia exterior, temen envejecer.

Personas ponderadas envejecen sonriendo. Saben que el vigor de la juventud es pasajero y aprovechan la madurez de los años para sembrar sabiduría y cosechar venturas.

Venturas por haber educado los hijos para el bien y para el amor. Por haber cultivado la afectividad en el matrimonio. Por haber constituido amistades sólidas, sin considerar la edad, raza, color o nivel social.

Aprendamos, pues, con quien sabe envejecer.

Redacción del Momento Espírita

© Copyright - Momento Espírita - 2024 - Todos os direitos reservados - No ar desde 28/03/1998