Momento Espírita
Curitiba, 26 de Abril de 2024
busca   
no título  |  no texto   
ícone Las profesiones de mi madre

Mi madre, con seguridad, fue la mujer que ha ejercido más profesiones en toda su larga vida, sin siquiera haber terminado el curso primario.

Todo lo que ella aprendió sucedió en los primeros cuatro años que cursó, cuando niña. No obstante, tenía una sabiduría sin igual.

Descubrí que mi madre era una decoradora de grandes cualidades, a medida que yo crecía, observaba que ella siempre tenia un  lugarcito en el mejor mueble de la casa, para los pequeñas trabajos que hacíamos en la escuela, mi hermano y yo.

En nuestra casa, nunca faltó espacio para poner los cuadritos, los dibujos,  nuestros ensayos de escultura en barro tosco.

Todo, todo recibía  un espacio privilegiado. Y todo quedaba lindo, en el lugar que ella lo ponía.      

Descubrí que mi madre era una diplomática graduada formada en la mejor escuela del mundo (nuestro hogar), siempre que solucionaba los pequeños conflictos que sucedían entre mi hermano y yo.

Ya sea una disputa por la bicicleta, por la pelota, por la última tajada de torta, de una forma elegantemente diplomática ella lograba remediar la cuestión. Y la solución, aunque pudiera no agradar a los dos, era siempre la más factible, correcta, honesta y ponderada.

Descubrí que mi madre era una escritora con un extraordinario don cuando  precisaba pasar al papel las ideas desordenadas de mi cabecita infantil.

Ella me hacía decir en voz alta mis ideas y después me iba ayudando a juntar las sílabas, componer las palabras, las frases, para que la redacción saliera lo mejor posible.

Descubrí que mi madre era enfermera con mención honrosa siempre que mi hermano y yo nos lastimábamos.  

Ella nos lavaba las rodillas arañadas, las heridas abiertas al rozar con el alambre de púas, al caer del muro, al desplomarse en el asfalto.

Después pasaba un producto antiséptico y sabía exactamente cuándo tenia que aplicar solamente un pequeño curativo, una faja, gasa o esparadrapo.

Descubrí que mi madre había cursado la más famosa facultad de sicología, cuando lograba, solamente con su mirada, descubrir la travesura que habíamos terminado de hacer o el florero que habíamos roto.

Y, más tarde, en la adolescencia, los nuevos amores no siempre correspondidos, la frustración de un paseo que no se realizó, un desentendimiento en la escuela.   

Era una analista perfecta. Sabía sentarse y oír, oír y oír. Después, buscaba  conducirnos hacia un estado de espíritu mejor, proponiendo algo que nos recompusiera en lo íntimo y rehiciera el ánimo.

Tenía también postgrado en teología. Su ciencia a respecto de Dios trascendía el contenido de los algunos libros que existen en el mundo.

Era suya la enseñanza que nos mostraba la gota al caer de las hojas verdes en las mañanas humedecidas aún por el rocío y reconocer en el cristal puro la presencia de Dios. Que nos señalaba la furia del temporal y decía: “Dios nos guarda. No se preocupen.”

Que nos alertaba para no arrancar las flores de los campos porque estábamos pisando en el jardín de Dios. Un jardín que nos cede para nuestro esparcimiento, y que debemos preservar.   

¡Ah, sí!. Ella era una ecologista nata. Plantaba flores y vegetales con el mismo amor. Cuando recogía verduras para nuestra comida, decía: “no vamos a recoger todo. Dejemos un poco para los pajaritos, que alegran nuestros días y merecen  una recompensa.”

Dejaba también unas frutillas, muy rojas, puestas bien a la vista en el cantero exuberante, para que pudieran deleitarse.

Era la forma de manifestar su gratitud a Dios cuidando y alimentando a sus pequeñas criaturas. 

Mi madre además de todo eso, fue chofer particular, no se cansaba de la ida y vuelta de casa a la escuela, a la biblioteca, al dentista, al médico, al teatro...

Fue también cocinera, camarera, planchadora, niñera. Y todo eso en tiempo total.

Cómo ella lograba hacer todo, yo no lo sé. Pero sí sé que ahora vive en la  espiritualidad. Y Dios, como recompensa, por tantas profesiones  desempeñadas en la tierra, le ha dado una misión muy, pero muy especial: la de ángel guardián de los hijos que han quedado en la bendita escuela terrena.

 

Equipo de Redacción de Momento Espírita. Versión en español: Roberto M. L. Roca / AD LITTERAM

© Copyright - Momento Espírita - 2024 - Todos os direitos reservados - No ar desde 28/03/1998